lunes, 15 de enero de 2007

ARTICULO


Por: Fara Armenteros Rodríguez


Acaba de celebrarse el día mundial de la no violencia contra la mujer, que este año estuvo dedicado a la violencia sexual, plaga que según algunos es el crimen, la discriminación más antiguos de la humanidad.

Sin embargo, para la mujer cubana la violencia va más allá de lo tangible. En la Perla de las Antillas la violencia está institucionalizada, y quien más padece por ella es la mujer, aunque esto no se refleja estadísticamente, pues para los medios oficiales sólo cuentan las proporciones relacionadas con la incorporación de la mujer a los diversos aspectos de la actividad económica y social del país.

Gran número de mujeres que han sido recluidas en centros penitenciarios han cometido delitos que de alguna manera tienen sus causas en los abusos que les infligen sus parejas, y en los que pesa la superioridad física del sexo masculino y la insensibilidad de las autoridades a la hora de juzgar y hacer justicia, antecedente que impulsa a muchas de estas mujeres a tomar la justicia por sí mismas.

La señora Digna Mas Guerra, empleada de Comunales en Manzanillo, provincia Granma, fue víctima de abuso lascivo por parte del jefe de personal de su centro de trabajo. Ella denunció el hecho en la estación de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) pero resultó acusada de difamación y multada a cien pesos. Mas Guerra quedó desamparada económicamente, con dos hijos menores a su abrigo, porque además la echaron de su empleo.

Pero la violencia contra la mujer cubana va más allá. En este instante, una madre llama a la opinión pública cubana y a la internacional para que la apoyen y se solidaricen con su tragedia. Ella lanza este llamado frente a la cárcel provincial de Pinar del Río para que le permitan visitar a su hijo preso allí por causas políticas. Él se llama Andrés Frómeta Cuenca, de 25 años, y su salud está dañada porque padece de úlcera gástrica.

La mujer se llama Aleida Frómeta González y, siendo de residente de Guantánamo, en el oriente del país, la Dirección Nacional de Cárceles y Prisiones del Ministerio del Interior trasladó al hijo de la señora Frómeta a esa penitenciaría ubicada en la occidental provincia de Pinar del Río, distante a más de mil kilómetros de su lugar de origen.

En el mes de octubre la señora Frómeta -también enferma- tardó una semana en atravesar el país de oriente a occidente para visitar a su hijo encarcelado pero, cuando al fin llegó al penal, ni se lo dejaron ver ni aceptaron entregarle al recluso la jaba con alimentos que ella había cargado desde Guantánamo.
Ahora ella permanece en protesta frente a la prisión hasta que la dejen ver a su hijo. Su salud pudiera resquebrajarse mucho más.

Cuando la mujer cubana respira profundo y decide tomar el camino de la defensa de sus derechos y los de su familia, recibe a cambio violencia y ensañamiento. De esta afirmación dan fe las féminas que han sobrevivido y sobreviven la prisión política, así como las madres esposas e hijas de los hombres encarcelados por los mismos motivos.

De esto pueden testimoniar Aurea Feria, Maritza Lugo, Julia Cecilia Delgado, Zoe Fuerte, Rosalina González Laffita y muchísimas más que han resistido y resisten la violencia del absolutismo castrista.

¿Es o no violencia encerrar en celda oscura a una mujer de casi sesenta años de edad junto a una karateca de treinta años para que ésta la golpee?
¿Es violencia o no amenazar a una prisionera política con desestabilizar la vida de sus hijos para tratar que ella retroceda en su posición ideológica?
Lo expuesto hasta aquí es sólo una muestra de la violencia contra la mujer cubana, porque para conocer este fenómeno en toda su magnitud hay que hacer lo que recomendó un veterano defensor de los derechos humanos en la isla: "¡Hay que vivirlo... esto hay que vivirlo!"

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Desconocen derecho a la libertad de expresión

Por: Fara Armenteros




A pesar de que la libertad de prensa es una manera de garantizar el respeto a los derechos humanos, el Congreso de Periodistas Latinoamericanos y Caribeños que tuvo lugar recientemente en Ciudad de La Habana no mencionó en su declaración final que al pueblo cubano se le priva de esa libertad.



Sin embargo, los periodistas que participaron en esta reunión proceden de sociedades democráticas donde pueden expresarse libremente. También pueden tomar parte libremente en congresos efectuados en Cuba o en cualquier sitio del orbe, regresar a sus países de origen para proseguir sus trabajos sin sufrir la represión de la policía política.



Los periodistas latinoamericanos y caribeños reunidos en La Habana se pronunciaron contra el terrorismo y la guerra, analizaron los problemas económicos del continente, de la manipulación de la información y de la censura, entre otros.



Pero los periodistas independientes cubanos no tuvieron espacio en ese evento, a pesar de que tienen el justo reconocimiento de sus lectores fuera del país, porque en la isla se les prohíbe publicar.



Los colegas latinoamericanos y caribeños desconocieron el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y también la Declaración de Windhoek, que proclama la necesidad de la libertad de prensa como esencia de todo desarrollo democrático y económico, y en la cual se plantea que la censura sea declarada ilegal por considerarla un atentado a los derechos humanos.



Los periodistas latinoamericanos, caribeños y oficialistas cubanos tampoco tuvieron en cuenta el pensamiento donde el periodista José Martí expresó: "La libertad es el derecho que tiene todo hombre honrado a pensar y hablar sin hipocresía".

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Combatiente olvidado

Por: Fara Armenteros

Aunque han pasado varios meses de su muerte, los residentes del poblado camagüeyano Hatuey, en el municipio Sibanicú, continúan consternados por la muerte de "Mito", como sus familiares y amigos llamaban a Sergio Díaz Guerra.

Este cubano, entre los años 1984 y 1987 combatió como artillero en la guerra de Etiopía. Al regresar a Cuba, recibió la condecoración correspondiente como combatiente internacionalista, y se incorporó a su trabajo en la vida civil, al frente de una cochiquera de la Empresa Municipal de Cultivos Varios.

A principios de la década de los años 90, el establecimiento donde laboraba Díaz Guerra fue cerrado, y el combatiente no fue reubicado en otro porque no era miembro del Partido Comunista. Realizó incontables gestiones en busca de trabajo. Todas infructuosas.
En 1996, "Mito" se enfermó gravemente. Comenzó para él y sus familiares un incesante y duro bregar por los hospitales. La esposa de "Mito" recorrió el Poder Popular en todos sus niveles, Bienestar Social y la Asociación de Combatientes de la Revolución, entre otros organismos gubernamentales. Pero ninguna estaba en condiciones de ayudar a esta familia cubana en una situación difícil.

El centro de trabajo de la esposa de Sergio realizó múltiples gestiones para extenderle provisionalmente un cheque por setenta y un pesos hasta que ella pudiera reincorporarse a su trabajo.
El enfermo siguió agravándose, hasta que murió. "Mito" había perdido el olfato, el habla, los sentidos del gusto, del oído. En poco tiempo perdió 60 libras y sus miembros se debilitaron hasta quedar completamente inválido. Hasta el día fatal en que falleció.

En los funerales se presentó un oficial del Departamento de Seguridad del Estado, conocido como "Pupi", y dos representantes de la Asociación de Combatientes de la Revolución. Eran portadores de condolencias, una ofrenda floral y una bandera para cubrir el féretro.

Los familiares de Sergio Díaz Guerra, en medio de su dolor, rechazaron a los representantes de las organizaciones comunistas, diciéndoles que se fueran del lugar, que si no habían sido capaces de apoyar a "Mito" durante su enfermedad, a su esposa e hijos, no tenían nada que hacer junto al féretro del excombatiente.